martes, 26 de mayo de 2015

SEXO ANAL, LA ÚLTIMA FRONTERA


"¿Me dolerá?", le pregunté mientras yacía boca abajo a Daniel. Ni siquiera contestó. No podía:  era tal la excitación que se adivinaba en su mirada, ante la perspectiva de darle por el culo a una mujer por vez primera en su vida, que el mundo se reducía en ese momento a su rígido miembro y a mi ano. 




Debo confesar que yo fui la promotora de ese encuentro. Daniel, el chico que me desfloró con apenas trece años recién cumplidos, era más bien una marioneta en mis manos, un muñeco hinchable viviente o un consolador animado, como prefiráis visualizarle. El caso es que me serví de él para iniciarme en prácticas sexuales avanzadas, una vez agotadas las posibilidades que ofrece la masturbación. A esa edad, si no dispones de alguien experto a tu lado, se avanza mucho más lentamente, cometiendo errores que te impiden gozar a lo grande.



Sí me dolió, y mucho. La ansiedad, excitación y deseo con que vivía mi primera penetración anal, me cerraron el esfínter, dejándolo del tamaño de un grano de arroz. Daniel, torpe e inexperto, pendiente sólo de sus necesidades, arremetió contra él, forzando su entrada; lo consiguió gracias a la monstruosa erección de su jovencísima polla. Sobra decir que corrió en segundos.





Después de aquella decepcionante iniciación, decidí que Daniel no era el candidato idóneo. Me desprendí de él con la facilidad con que me cambio de bragas. No le sentó nada bien la ruptura;  el muy mamón me reprochó:  "¿y dónde vas a encontrar a un amante como yo?". Me estuve riendo una hora sin parar, hasta que se largó, furibundo.

La revolución hormonal propia de la adolescencia, sumada a la promiscuidad e inestabilidad características de mi condición hipersexual (ninfomanía), me llevaron de flor en flor (sería más acertado, en este caso, decir de capullo en capullo), hasta topar con Alberto, un divorciado cuarentón con más conquistas en su haber que muescas en la culata del revólver de Harry el Sucio.




Tú, mi amigo fiel, que me sigues en cada nueva entrada que publico, te habrás percatado que con frecuencia incluyo imágenes como la de encima. Son esculturas de templos de la India antigua, de contenido sexual más que explícito. En ese país, se ha vivido tradicionalmente la sexualidad sin los tapujos ni represiones con que se nos transmite en el mundo occidental. En algún post te contaré qué tal me fue por allí.

Volvamos a Alberto. A la mínima oportunidad que tuve, le pedí que me diera por el culo. "¿Estás segura de que es eso lo que quieres?", me respondió inquisitivo. "Lo deseo más que cualquier cosa, pero no quiero que duela, sino que me dé el placer que se dan los hombres homosexuales...". No se hizo de rogar.

Ya en pelotas, me tumbó boca arriba en la cama, y empezó a comerme el coño como si se estuviera zampando el helado más sabroso del verano. Lo hacía sin prisas, saboreando el zumo de mis entrañas, recreándose en cada rincón de vulva y vagina. Cuando sus babas y mis fuídos se confundían ya, desparramándose hacia abajo, me introdujo su dedo más largo por el culo, y empezó a moverlo suavemente, a dentro y afuera, y en círculos.




Aquel cunnilingus soberbio, unido al masaje suave del dedo, relajaron mi esfínter anal sin problemas. Cuando me vio preparada, Alberto me volteó en la cama, poniéndome a cuatro patas, y diciéndome: "ahora vas a meterte esta polla en la boca, y a chuparla como nunca lo has hecho". Y así lo hice, una mamada de antología; cualquier otro se hubiera vaciado en mi boca, pero él controlaba como una máquina. Cuando le apeteció, se puso detrás mío y me atravesó el coño con su miembro.





Acompañaba el bombeo con el movimiento acompasado de su dedo metido en mi ano, que empezaba ya a proporcionarme el placer que buscaba. Al poco rato, introdujo dos dedos, que seguían moviéndose suave y firmemente en todas direcciones, bien lubricados por los generosos fluídos que habíamos fabricado antes. Dejé llevarme por el disfrute. Sentía un placer doble:  el ya familiar, de una buena polla trabajándome la vagina, y uno nuevo, indescriptible, el de un objeto alojado culo adentro.





Sin previo aviso, pero sin sobresaltos, introdujo con suavidad aquella hermosa verga suya. Primero la punta, con gran suavidad, y una vez alojada ya, el resto entró de un tirón. Ahogué un grito de placer. Mis sensaciones se confundían. Ya no sabía de dónde provenía el disfrute: era una locura. Descontrolada ya, me llevé la mano al coño y lo masajeé como una loca.





La corrida fue tremenda. La de ambos. Alberto, aunque experto en la materia, captó al momento mi entrega, y ello acrecentó su excitación, que fluyó a través de la abundante leche que derramó en mi interior.  Yo experimenté mi primer orgasmo por penetración anal, sin duda el mejor de los muchos que luego, con los años, fueron viniendo.

Un besazo para todas y para todos. Os quiero.



sábado, 9 de mayo de 2015

MI PRIMERA ORGÍA


Ver a desconocidos follando y siendo follados mientras otros desconocidos te follan a ti: la gran fantasía sexual de muchas y de muchos. Si, además, tu pareja está en ese grupo, el morbo se dispara. Mientras tecleo esta nueva entrada, crece en mi interior la convicción de que esta variante sexual, la orgía o sexo en grupo, constituye muy probablemente la práctica sexual socialmente peor tolerada, el gran tabú, y cuya ruptura, en consecuencia, puede proporcionarnos cotas de placer jamás experimentadas antes.






Han sido varios los amigos del blog los que me han preguntado, en emails privados, si he participado en alguna orgía. Mi respuesta para todos ellos ha sido siempre la misma: "naturalmente que sí, ¿tú todavía no lo has hecho?". El cine se ha ocupado de sofisticar hasta extremos ridículos la evidente privacidad en la que debe llevarse a cabo el sexo en grupo, asemejándolo a un encuentro clandestino de reminiscencias masónicas (véase Eyes Wide Shut, con Tom Cruise y Nicole Kidman). 






¿Puedes imaginarte a ti mismo como uno de los protagonistas de una escena como la de la fotografía de encima, eligiendo a tu antojo con quién, de qué sexo y en qué forma jodes, sin más límites que tu saciedad y agotamiento personal, mientras te rodean decenas de personajes desnudos que gimen, se contonean y se corren a placer?... No puedo verte el rostro, pero adivino tus emociones. Son pocos los que no se unirían al grupo, no me cabe duda. 



Hoy en día, quien busca encuentra. Cualquier cosa. Y si no das con ello, ten por seguro que está ahí, pero que no conoces el camino correcto para alcanzarlo. Y las orgías no son diferentes. Teclea en Google "busco gente para orgía", establece los filtros adecuados (en esto necesitas un poquito de práctica) para descartar engaños, y verás el resultado.

Han pasado muchos años ya desde mi primera orgía. En aquella época Internet estaba aún en pañales, y las convocatorias a orgías no se publicaban en ningún sitio, así que te invitaban por azar, o por el tipo de gente con la que te relacionabas.






Sucedió en el verano antes de empezar en la Universidad. Con dieciocho años, mis experiencias sexuales aventajaban años luz a las de una mujer madura de hoy día, pero todavía no había participado en una orgía, y la curiosidad me devoraba. Mi novio de turno por entonces era Alessandro, un veinteañero estudiante de Ciencias Políticas con un apetito sexual que competía con el mío. De hecho, siempre que le recuerdo, me lo imagino metido a chapero (así les llaman a los putos gay en España), en un intento de satisfacer sus necesidades carnales. Pues bien, en los intervalos en los que Alessandro no tenía su polla dentro de mi cuerpo, husmeaba por los arrabales de la Uni, a la caza y captura de lo que él llamaba "oportunidades". Y surgió una buena oportunidad. "¿Te apuntas a una maratón de polvos?", me soltó una tarde. Ante la interrogación dibujada en mis ojos, continuó: "una orgía, mujer; unos colegas de la Uni, de ideología libertaria, lo quieren probar, y están invitando a unos pocos amigos con mente abierta e ideas claras". Huelga decir que llegamos los primeros a la cita.







Todo transcurrió de un modo más natural de lo que esperaba. Sin reglas, salvo la libertad individual: nadie puede ser forzado a hacer nada que no desee hacer. A partir de ahí, todo vale. 

Una música bailable de fondo amenizaba el encuentro, que tuvo lugar en el apartamento de Roberto, colega de Alessandro, un hermoso ejemplar latino con una planta impresionante, que llevaba colgando de su brazo a una pelirroja con gesto huraño pintarrajeada sin criterio alguno. "Será el primero que me tiraré", le dije a aquella furcia con la mirada. Completaban el grupo una decena de chicos y chicas, de edades similares. 

Unos quince minutos después, una de las chicas, sin mediar palabra, se despojó de sus jeans y empezó a masturbarse en el sofá, lanzando miradas de perra en celo a su alrededor. Aquel resorte izó todas las banderas del cuartel, y en segundos la estancia se pobló de vergas enhiestas con la cabeza descapullada. Alessandro se abalanzó sobre la guarra del sofá, y le metió su polla en la boca, muy profundamente, asiéndole la cabeza con ambas manos y empezando a bombear salvajemente. Al verle derramando su semen sobre el rostro de la chica, sentí una oleada de flujo vaginal resbalándome piernas abajo. 

Me agaché para bajarme los pantalones, y alguien aprovechó para metérmela desde atrás. Gemí de placer al volverme y ver a Roberto, que entraba y salía de mi coño mientras me frotaba, ansioso, vulva y clítoris. Aquel macho imponente alternaba la penetración vaginal con la anal con maestría. Su pelirroja me miraba con odio, pero al notar que una compañera de clase empezaba a comerle el coño, se relajó y nos dejó hacer.






Cuando pensaba que estaba a punto de correrme, vi otra vez a Alessandro, metiendo y sacando la lengua del coño de Sara, una ex suya que también estaba por allí. En esas andaba, cuando se le acercó por la retaguardia Carlos, un amigote de correrías nocturnas, empalmado como un león. Sin pedir permiso, le agarró las nalgas, y en un instante las abrió y empezó a lamerle y dilatarle el ano. Alessandro parecía disfrutar como nunca. Tampoco protestó cuando Carlos le ensartó; siguió entregado al cunnilingus con Sara. La respiración y los gemidos de placer de los tres se fundían en uno solo.

Aquello fue el detonante de uno de los orgasmos más explosivos de mi vida. Creo que no hay nada comparable. La fiesta se prolongó hasta bien entrada la noche, sin normas ni horarios, sin vasallajes ni compromiso: libertad sexual absoluta para gozar y dar placer.






Hablamos muy poco en la vuelta a casa. No había reproches que hacer; nuestra relación era tan efímera como un orgasmo. Y eso fue lo que duró. Por lo que supe tiempo después, Alessandro repitió con Carlos, y se embarcó para siempre en un viaje sólo de ida con él.

Me despido de vosotros hasta el próximo post, queridas y queridos.




















sábado, 2 de mayo de 2015

LOS HOMBRES QUE DESVIRGUÉ



Si hay algo que todos -hombres y mujeres, ricos y pobres, blancos y negros- tenemos en común, es el hecho de haber nacido vírgenes y de que, salvo rarísimas excepciones, moriremos habiendo dejado de serlo. Aunque sea una etapa vital compartida por ambos sexos, se habla con frecuencia de "desflorar" o desvirgar a una chica, obviando que los varones deben pasar por lo mismo. Sea como fuere,  en la actualidad hombres y mujeres suelen vivir su virginidad como algo a superar, como un problema, avergonzados y acomplejados cuando creen haber superado la "edad máxima ideal" para dejar de ser vírgenes. No obstante, esta generalización sólo vale para la llamada civilización occidental; el mundo en el que vivimos, aunque globalizado, sigue siendo un vasto océano de culturas poco dadas a dejarse contaminar.  Tanto es así que esa "edad máxima ideal" para perder la virginidad no existe, objetivamente hablando; en cada país y en cada etapa histórica esa edad varía, y por ejemplo, la edad promedio de pérdida de la virginidad en Brasil es de 15-16 años, mientras que en la India es de 19-20 años. 





Perdona que me enrolle tanto, no es mi estilo, ya sabes que suelo ir al grano... La introducción viene a cuento del email que recibí de un seguidor del blog, en el que me contaba su "problema": continúa virgen a los 26 años; por razones personales, este chico no ha acudido a ninguna colega mía para disfrutar su primera experiencia sexual. Además de aconsejarle diversas estrategias para aproximarse sexualmente con éxito a las mujeres, le quité hierro al asunto: no es para tanto. Basándome en mi dilatada experiencia personal y profesional al respecto, puedo afirmar que la mayoría de hombres vive su virginidad de forma desagradable, y que todos, sin excepción, se ríen de sí mismos cuando recuerdan lo mal que se sentían cuando todavía eran vírgenes y deseaban dejar de serlo cuanto antes.






Han sido muchos, muchísimos, los hombres a los que he desvirgado desde que empecé mi carrera como puta; ya antes, se habían cruzado algunos vírgenes en mi camino. En honor a la verdad, te confesaré que recuerdo sólo a unos pocos. Mea culpa. Recuerdo muy vivamente a uno de esos hombres, por las circunstancias especiales en las que vivió conmigo su primera experiencia sexual. 






Julián era un chico de veintiún años, estudiante del Seminario Pontificio de Roma: iba para cura. De eso me enteré más tarde, después de que me hubiese penetrado por casi todos los agujeros de mi cuerpo. Por aquel entonces, yo estaba en la ciudad a causa del trabajo de André, mi ex-marido; nuestra relación hacía aguas desde muchos meses atrás, y yo me sentía completamente libre para hacer lo que me saliese del coño.

Sentada en una terraza de la bellísima Piazza Navona, apuraba el último sorbito de un delicioso café mokka cuando posé mi vista en él. Con aire despreocupado, vestido informalmente, se recostaba sobre una farola, dejando que un mechón de aquellos cabellos dorados revoloteara sobre su frente. Parecía uno de esos dioses romanos esculpidos en mármol del Museo Vaticano: proporciones perfectas, un rostro ofensivamente hermoso, creado para hechizar. Me sentí húmeda al instante. Tenía que tirármelo como fuera; lo hubiese hecho allí mismo, a plena luz del día. Me veía arrodillada frente a él, bajándole los pantalones y tragándome su polla mientras manoseaba con avidez aquel culo prieto y divino.




Opté por hacerme la encontradiza, resbalando muy oportunamente frente a él. Despertó de su ensimismamiento, acercándose a ayudarme. Mientras Julián me exploraba el tobillo, yo temía no poder contenerme más y saltarle encima. Mi vagina palpitaba y lubricaba como si hubiera enloquecido. Con una cojera fingida, le pedí que me acompañara hasta mi hotel. Dudó sólo unos segundos, pero accedió. 






Le rogué que me llevara hasta mi habitación, y una vez allí, me puse lo bastante pesada para que me aceptase una copa de vino para pagarle su gentileza. Dudó sólo unos segundos más, y asintió. Mientras saboreaba su copa de oporto, me eché sobre la cama, desplegando mi arsenal de gestos y miradas más insinuantes. Le vi tragar saliva. Balbuceó no sé qué de alguien que le esperaba, e intentó marcharse. Me incorporé de un salto, asiéndole por la cintura y atrayéndole hacia mí; pareció notar la erección de mis pezones y el contacto con mi sexo ya desbocado. Deslicé una mano hacia su verga, y comprobé entusiasmada que la tenía lo bastante tiesa como para atravesar un muro de hormigón. Empezaba ya a desnudarle a toda prisa cuando él, con jadeos entrecortados, susurró: "yo, yo, soy virgen...". La sorpresa me duró una décima de segundo. Le sonreí pícaramente, y le respondí: "por muy poco tiempo".






Me acometió al estilo tradicional (a lo misionero, nunca mejor dicho), metiéndose dentro de mi coño con pasmosa facilidad. Su excitación de virgen reprimido por la religión, y la húmeda calidez de mi vagina, le hicieron correrse al momento, emitiendo un potente grito desde lo más profundo y primitivo de su ser. Se estiró en la cama, respirando agitadamente, con los ojos desorbitados y el pene tan rígido como antes. "Ahora me toca a mí", le dije. Y al instante estaba sobre él, cabalgando a mi antojo, dirigiendo aquella magnífica polla por todos los rincones de mi sexo.  







Satisfecha ya la apremiante necesidad de ambos, nos entregamos a la exploración de nuestros cuerpos y a la experimentación de todas las variantes sexuales a las que él se atrevió. Me besó con dulzura, una vez vestido, y me confesó su condición religiosa. Admito que esta vez sí me sorprendió. No sabría decir cómo me sentía; desde luego no notaba remordimientos de ningún tipo, pero tampoco estaba como para tirar cohetes. Con el tiempo, y ya de puta, han pasado por mi vida sexual muchos curas y monjas. Sí, queridas y queridos, no os escandalicéis: los religiosos también follan, y mucho -todo lo que les dejan-. Julián también acabó sus estudios y vistió los hábitos.

Al volver André del trabajo me regaló, sin venir a cuento, un enorme ramo de rosas rojas. Al momento supe que me había vuelto a ser infiel, sin duda con aquel putón verbenero al que llamaba "mi colega Alexandra". Se empeñó en follar conmigo toda la noche, otra prueba incontestable de su aventura. Me alegré de no haberme duchado tras acostarme con Julián, especialmente cuando André me comió el coño:  justicia divina.


Un besazo para todas y para todos. os quiero.